Teresa, la incondicional |
Homenaje al 6 de agosto de 1825
Diana Lisselothe González Ossio Socia de la Sociedad Geográfica y de Historia "Sucre" |
En 1809, la dependencia
nuestra de occidente y exactamente de la península ibérica era simplemente un
estado de ánimo.
Y no era que esa sensación de frustración, rencor, odio, impotencia y
desesperación mellase en la colonia hasta el grado de colocar en todos los
vértices y las esquinas al radicalismo revolucionario. No. Simplemente era que
la democracia liberal asomaba por el oriente pronosticando la legalidad, la
libertad, la justicia y la prosperidad y nosotros así lo estábamos entendiendo.
En Charcas en 1809 se sentía ese latir con pulsiones augustas por supuesto, era
la tierra fértil para las mayores utopías; para las que pronosticaban el reino
de la lucidez en medio de un siglo de intemperancias al menos entre los sectores
más lúcidos y sensibles como fueron las clases ilustradas, salidas casi todas de
su universidad.
San Francisco Xavier y el Suarismo sin duda exaltaron ese estado de ánimo y
exaltaron además las conciencias de hombres y mujeres.
Ciertamente de mujeres.
De mujeres prosaicas y divinas porque en ellas ese animus era férreo y tan
combatiente como el de los héroes conocidos y nombrados por la historia que
todos leemos; reconocidos solo excepcionalmente por la memoria cívica de los que
la estudian e hilados de a poquito en la clases populares que difícilmente
admitieron su presencia…
Es claro entonces que, la presencia de las mujeres de Charcas quedó olvidada
junto al aljibe y corrió con sus aguas hasta dejar de ser lo que fue: una nítida
acción de guerra.
Ellas, las mujeres como María Magdalena Aldunate, Isabel Calvimontes de Agrelo,
Juana y Mercedes Cuíza, Rosa Sandoval de Abecia, Casimira de Ussoz y Mozi ,
Mercedes Tapia y esencialmente Teresa Bustos , removieron las entrañas del
coloniaje para desenmarañar el tutelaje hispánico y proponer al mundo un orden
nuevo y sin embargo ese mismo contexto las olvidó sin que la costumbre retenga
su voz, sus acciones; su clara rebeldía.
Ellas, que en ese marco charquino de 1809, fueron las esenciales.
Sagaces y soñadoras.
Aguerridas y contumaces.
Locas y frenéticas no midieron posturas de época, ni cierres doctrinales o tan
siquiera barreras de género. Simplemente fueron ellas, las incondicionales las
que cambiaron el sino de este sur.
El devaneo de las doctrinas que preconizaban las corrientes de la libertad, fue
sin duda tema de preocupación en todos los ámbitos de el siglo 19 donde los
hombres empezaron a concebir el silogismo americano y todo varón sensato tuvo
como tema de vida el entenderlo y asumirlo a cabalidad. A cambio, en las mujeres
- apenas sombras ágiles y sagaces, ajenas y cerradas al poder y a la opinión
política - la propuesta de luchar por el reino perdido donde la libertad fuera
la reina, fue de a poquito solo susurrada en los cotilleos y construida a puro
tesón en los ámbitos más domésticos de las casas solariegas y señoriales donde
ellas perennemente atisbaban por las rendijas los aprestos de rebeldía, sin
poder intervenir.
Las muchas golondrinas hacen veranos prometedores. Los muchos corazones, sin
duda conciben sinfonías de latidos de tanto sentir a gusto la libertad.
Libertad de viento. Libertad de lluvias y de tempestades. Libertad de nostalgias
por un reino propio donde se respire a pecho abierto. Libertad de libertades al
fin.
Y de esas libertades tan queridas y repetidas se alimentaron las mujeres de ese
mayo de 1809 que desgranado, dio a nuestra historia mañanas, tardes y noches de
espasmos. Delirios y estallidos de libertad fraguados a cada golpe de
pensamientos alimentados por una causa común.
Ciertamente, el tañido de las campanas, su redoble, convocó a todos y todas a
una plaza donde ese estado de ánimo luego de su explosión como la primera
revolución libertaria de este continente, rebullía. Más luego este reverbero
cruzó la cordillera de los Andes, pasó la línea del Ecuador y se enquistó en los
bastiones del ejército de los Libertadores desde donde regresó para retomar
junto a las palomas y las golondrinas, lo que las mujeres y los hombres de
Charcas habían concebido: la Libertad.
Por ello precisamente, Teresa Bustos de Lemoine es la actitud vanguardista de la
mujer charquina que no se cruza de brazos, ni gime, ni se postra, ni tan
siquiera ora por mejores días para su suelo, sino más bien, piensa y concibe
todos los tramos de la revolución.
Teresa es la hija de la ilustración. La capaz, la lúcida y soñadora mujercita
que se atreve a amar a la libertad trazada por ella y sus amigas en un siglo de
raíces patriarcales.
Teresa es la que ama con pasión al hombre con el que comparte la mística de sus
ideales, pero es también la que pierde ese amor por otro amor aún más grande: el
de su patria recién libre y con aprestos de ser soberana.
Para Teresa Bustos y Salamanca de Lemoine, mayo es crucial y agosto definitivo
pues la acerca y la aleja de su destino.
Destino de mujer que hizo de sus palabras una doctrina de Libertad allá donde
iba.
Destino cruel de mujer que hizo que el Realismo Hispano le quitara todas sus
haciendas y sus bienes, a sus adorados hijos y además le cortara la lengua por
atentar contra el imperio.
Destino malvado de mujer que hizo que se borrara de la memoria de la historia su
nombre y su lucha.
¿Son los idus aún más crueles para las mujeres?
Hoy, los idus de agosto también parecen esquivar de pleno todo lo que ese ya
lejano otoño de 1825 precisaba. Y al revés de ese tiempo en el que los novísimos
bolivianos rebosábamos de euforia libertaria, hoy solo converge en nosotros la
terrible sensación de la inutilidad de todos los esfuerzos emprendidos y la
clara percepción de que existe un mecanismo malevo y pernicioso que interrumpe,
anula, cercena o corrompe casi todo lo se intenta y nos deja con el amargo sabor
de la derrota.
¿Será esta una espantosa contradicción y una pesadilla de la vanguardia femenina
que fantaseó con la libertad? sucede que los susodichos estados de ánimo no son
pulsiones de ángeles, sino de humanos y paradójicamente, lo que una vez fue
impulso, doscientos años después ya no lo es.
¿Fuimos fanfarrones o audaces visionarios al elocumbrar desde Charcas – nuestro
querido y primoroso nido – un nuevo orden de libertad continental?
La historia de ese mayo delirante; la historia de un agosto efervescente de
gloria se escribió con la puntillosa caligrafía de Las Incondicionales de
Charcas.
La historia de los otros mayos y agostos, sin duda la escribirán nuestros
corazones.